Por estos días, en gran parte de la región pampeana, los productores agrícolas enfrentan una preocupación creciente: el deterioro progresivo del suelo. Tras décadas de agricultura continua, los rendimientos empiezan a estancarse, la compactación se vuelve un problema visible y los suelos pierden materia orgánica. Frente a este panorama, CREA impulsa un ambicioso programa de ensayos bajo el nombre de “Proyecto Rotaciones”, que busca una producción más saludable, rentable y sostenible.
La alarma: suelos enfermos, alimentos comprometidos
El concepto de “salud única” que promueve la ingeniera agrónoma Natalia Pelossi, coordinadora de Agricultura de la Región Litoral Sur de CREA, sintetiza bien el desafío: no puede haber alimentos sanos sin suelos sanos. Y sin suelos sanos, tampoco puede haber sistemas productivos sostenibles. “Conservar, sostener y, si es posible, mejorar la salud del suelo es la llave para producir alimentos de calidad”, explicó Pelossi en una reciente jornada a campo realizada en el establecimiento El Progreso.
Los datos respaldan la preocupación: en regiones como el oeste entrerriano, los suelos muestran pérdida progresiva de materia orgánica por erosión hídrica y uso agrícola intensivo. Sin embargo, su estructura les da una oportunidad: su capacidad natural de recuperar carbono si se los maneja adecuadamente.
El enfoque CREA: ensayos en condiciones reales
El Proyecto Rotaciones no se basa en recetas únicas, sino en estrategias adaptadas a cada campo. Se evalúan distintas rotaciones y manejos que combinan pasturas, cultivos de servicio e intensificación agrícola.
Natalia Pelozzi también remarcó que pare evitar la degradación de los suelos entrerrianos e intentar una regeneración, es condición -si ne qua non- que el 1er paso sea evitar la erosión aplicando sistematización y siembra directa. “Recien ahí podemos empezar a pensar en el mayor tiempo de ocupación, mayor productividad para al menos ser carbono neutro”.
Actualmente, tres campos —incluido El Progreso, de la familia Mercier en Victoria— siguen con los ensayos, tras cuatro años de investigación.
“Decidimos montar un ensayo de larga duración porque notábamos que los lotes rotados con pastura rendían más. Hoy hacemos seguimiento físico, químico y biológico del suelo, con el apoyo de técnicos del INTA y universidades”, explicó Máximo Mercier, productor CREA.
¿Qué se está midiendo?
Los ensayos CREA apuntan a cuantificar la salud del suelo con indicadores múltiples:
- Físicos: densidad aparente, velocidad de infiltración, compactación.
- Químicos: contenido de materia orgánica, nitrógeno, fósforo.
- Microbiológicos: biomasa y respiración microbiana.
- Zoológicos: densidad de macrofauna (lombrices, gusanos, insectos).
Una de las claves está en los poros del suelo, responsables de regular el movimiento de agua y aire, y de permitir el desarrollo radicular. El técnico Juan José De Battista de INTA Concepción del Uruguay y Juan Pablo Hernandez docente de la Facultad de Ciencias Agrarias de UNERy su equipo destacan que “la porosidad es fundamental y no se puede comprar: se construye con manejo”. La presencia de macro y mesoporos está directamente relacionada con la capacidad del suelo para infiltrar agua, resistir la compactación y sostener la vida microbiana.
En su tesis y estudios, los investigadores demostraron que cuando los suelos pierden macro poros —por ejemplo, al compactarse la capa B textural—, se reduce drásticamente la disponibilidad de agua útil para los cultivos. En cambio, con manejos que favorecen la biología del suelo (como la inclusión de pasturas o cultivos de servicio), se recupera la porosidad y mejora la conductividad hidráulica, es decir, la capacidad de infiltrar y retener agua.
Leonardo Novelli de INTA/UNER/Conicet, en su exposición remarcó la necesidad de hablar de salud y productividad en “secuencias de cultivos”, y de la importancia de “intensificar diversificando” También mostró el efecto mejorador de la intensificación sobre la agregación y el almacenaje de COS.
Por otra parte, la presencia de representantes de varias líneas de ensayos de larga duración del INIA de ROU, liderados por Andrés Quincke, enriqueció más aun el aprendizaje con el famoso experimento que tiene 60 años. Las evaluaciones muestran una mejora sostenida en el COS, los macroporos y la DAP. No obstante fue interesante ver que hasta pasado el 6to año de experimentación no se vieron mejoras en los tratamientos intensificados versus el testigo, en línea con la opinión de los otros disertantes.
Resultados alentadores
Los tratamientos intensificados (con cultivos de servicio, rotaciones más diversas, mayor ocupación del suelo) mostraron, en promedio:
- 6% más de rendimiento en cultivos.
- 27% más de ocupación efectiva del suelo durante el año.
- 45% más de materia seca remanente, lo que implica mayor retorno de carbono al sistema.
Además, aumentó notoriamente la presencia de lombrices y macrofauna en los lotes intervenidos. En un metro cuadrado, los técnicos encontraron 77 individuos más que en los sistemas tradicionales.
¿Y la rentabilidad?
El análisis económico es también parte de la ecuación. Según CREA, los sistemas intensificados no sólo son agronómicamente viables, sino que pueden resultar rentables. Aunque la intensificación implica más costos (más insumos, más laboreo), también genera más ingresos. “Hay que acompañar esa intensificación con reposición de nutrientes clave como fósforo, azufre, potasio y zinc, porque los sistemas extraen más”, explicaron.
Lo que falta aprender
Los técnicos de CREA advierten que aún es temprano para generalizar resultados, pero los indicios son prometedores. Uno de los desafíos clave es aprender a manejar mejor las relaciones entre cultivos en las rotaciones, especialmente en lo que respecta al consumo de agua, la cobertura y la temperatura del suelo. Por ejemplo, dejar demasiada cobertura puede enfriar el perfil y afectar el crecimiento del cultivo siguiente.
“El no no existe —señalan los técnicos—. Lo que existe es el conocimiento. Tenemos que diseñar esquemas flexibles, adaptados a cada suelo y a cada campaña”.